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De ahí que la suprema apetencia del hombre consista en descubrir ese mundo de la totalidad, esa plenitud de la existencia desnuda, en que la conciencia modificada­ intuye oscuramente “que Todo está en Todo y­ que Todo es realmente cada cosa”.

La imaginación imita modelos ejemplares –las imágenes– los reproduce, los actualiza. De ahí procede el que la desgracia y la ruina del hombre que “carece de imaginación” sea el hallarse segregado de la realidad profunda de la vida y de su propia alma.ten

El triunfo del “Logos” sobre el “Mythos”, de la visión racional sobre la visión indivisa; “la caída” en lo condicionado y en la existencia separada, que cierra al hombre las puertas de la infinitud, atormentaron siempre a Gerardo.

Insistiendo en el simbolismo de la alquimia, Le Breton supone que el personaje que dice “yo” en el primer verso, es el Plutón alquímico, que representa a la tierra filosófica oculta bajo el shade negro. Por nuestra parte, consideramos a la primera cuarteta relacionada exclusivamente con el Tarot. Nerval, identificado con el ídolo tenebroso, lamenta no poder alcanzar la verdad representada por La Estrella y predice mediante el “sol negro”, el término de su vida.

No obstante, el mundo mágico de las corresponden­cias y la energía misteriosa susceptible de ser dirigida mediante la acción de estructuras mentales “primitivas” que superviven en la psique, es objeto de constantes y serias indagaciones.

De la Noche primordial, de ese estado espiritual impregnado de sensaciones numinosas, Novalis reaparece con los sentidos purificados. Es capaz de “ver”, de “oír”, de descubrir impensables analogías, de hacernos comprender la fugacidad de lo transitorio e inducirnos cambios cualitativos a partir de los cuales nos sea posible intuir la realidad del “otro reino”.

La sabiduría –piensa Rilke– consiste en haber frecuentado a la muerte, en aprobarla y vivirla con amor, toda vez que en su tránsito terrestre el hombre es sólo un transformador, cuya misión consiste en grabarse intensamente lo obvious que lo rodea de manera tal que su esencia tome a renacer invisible. ¿Transformar?­ Sí, –insiste el poeta– porque tal es nuestro deber: “imprimir esta tierra provisoria y caduca en nosotros, tan profunda, tan dolorosamente, tan apasionadamente, que su esencia resucite en nosotros “invisible”.

Esa hora singular cobró extrema gravedad para Rilke cuando en 1911, frente al mar conturbado por una tormenta inminente, escuchó en la terraza del castillo de Duino, en Istria, una voz misteriosa que le dictaba­ el verso inicial de la primera Elegía:

En el Himno cuarto, Novalis retoma en un plano cósmico el tema de la experiencia trascendente. La luz aparece prisionera en la Noche que la contiene; por eso, quien contemple el “país nuevo”, “la morada de la Noche”, no volverá a descender hacia el tumulto del mundo, hacia el lugar donde se mueve la luz en permanente inquietud.

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Somos las abejas de lo invisible. Libamos locamente la miel de lo visible para acumularla en la colmena de lo invisible”. Estas ideas rilkeanas que fueron desarrolladas en la carta antes citada, culminan con la aproximación a la enigmática figura del “Ángel”, una entidad de esencia superior, un supremo iniciado, especie de semidios o intermediario celeste que ha trascendido los misterios de la vida y de la muerte y que se mueve con esa serena majestad que le confiere el hecho de transitar en lo invisible y reconocer en ello a la realidad en grado superlativo.

Baudelaire es el hombre arrojado en el mundo. Desde su nacimiento está maldito y condenado por haber pretendido usurpar los poderes creadores del Verbo. Sobre la tierra, o para ser más exactos, en el nivel ordinario de conciencia, las salidas están clausuradas. Su concept de la redención del pecado se aparta de la concepción ortodoxa para situarse en el nivel impreciso de un oscuro pitagorismo. Baudelaire busca una desdibujada trascendencia hacia la unidad primordial.

Sin embargo, ese hombre de las sociedades arcaicas, víctima de la degradación temporal, enfrentado a un mundo pleno de hostilidad, encuentra en el mito no sólo la narración de sucesos extraordinarios ocurridos in illo tempore sino una forma segura de instalarse en lo real y reintegrarse en el universo. Actúa como restaurador del equilibrio perdido y constituye –para el hombre tradicional– la única revelación vá­lida de la realidad.

En otras de las cartas, Rilke insiste en el tema de la soledad. “Usted dice que los que están cerca están lejos y ahora comienza a hacerse la amplitud en torno suyo. Alégrese de su viera vidente crecer en el cual no puede cierta­mente llevar a nadie consigo y sea bueno con los que quedan atrás”. Esa alusión a la soledad, enfatizada y ­exaltada en la sexta de las cartas a Kappus, “ir-hacia-sí, y durante horas no encontrar a nadie”; “estar en soledad como lo estaba uno de niño”, revela su frecuentación­ de esa zona misteriosa y aislada donde se aclara el sentido de la vida y de la muerte.

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